Quien alentó hace ocho años el «no a la guerra» puede verse obligado a enviar soldados a luchar contra Gadafi, con o sin aval del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas
Ocho años después, la posibilidad de una intervención militar en un país árabe se cruza de nuevo en el camino de José Luis Rodríguez Zapatero. Entonces, el país era Irak; hoy es Libia. La diferencia es que, en 2003, Zapatero, desde la oposición, alentaba el «No a la guerra», aunque el objetivo era expulsar al tirano Sadam Husein, mientras ahora, en el Gobierno, puede encontrarse abocado a enviar soldados españoles a una guerra contra el dictador Gadafi.
No están siendo días fáciles para el presidente del Gobierno, según reconocen en su entorno. Las revueltas árabes no le han cogido en el mejor momento anímico. Si ya de por sí su interés por las cuestiones internacionales ha sido siempre limitado, ahora estaba dedicando sus energías a responder a la crisis económica y a intentar salvar a su partido del desastre electoral que todos les auguran.
Aún así, encontró tiempo para tomar la única iniciativa que se le ha reconocido estos días al Ejecutivo: ser el primer jefe de Gobierno en viajar a Túnez para reunirse con las autoridades de la transición. Sin embargo, parece que ahí se agotó toda la capacidad de liderazgo en una región que tenemos tan próxima y en la que hay importantes intereses españoles.
Con respecto a Libia, Zapatero siempre ha ido a remolque, escudándose en que la Unión Europea ha de actuar con una sola voz. El presidente del Gobierno español debe ser uno de los pocos líderes europeos que aún confían en que se haga realidad lo de la política exterior y de seguridad común de la UE, mientras Sarkozy o Cameron deciden marcar los ritmos por su cuenta.
Zapatero, que estuvo entre los que frenaron en el último Consejo Europeo las prisas de sus colegas francés y británico, se contenta con proclamar que Gadafi ha perdido toda legitimidad, mientras pide «prudencia» a la hora de reconocer a sus opositores del Consejo Nacional Libio. De hecho, sus contactos con los rebeldes han sido a un nivel bastante discreto.
En cualquier caso, es difícil creer que se piense sinceramente en que declaraciones de ese tipo van a frenar a las fuerzas de Gadafi en su camino de reconquista de las posiciones perdidas. Y sobre todo, se antoja algo contradictorio afirmar que hay que proteger a la población civil libia y señalar que cualquier intervención militar tiene que contar necesariamente con el aval de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, cuando este organismo va a un ritmo excesivamente lento y dos de sus miembros permanentes —China y Rusia— no parecen estar por la labor.
La decisión adoptada por la mayoría de los países de la Liga Árabe puede abrir, sin embargo, una puerta al establecimiento de una zona de exclusión aérea en Libia por el Consejo de Seguridad. Eso implicaría una actuación bélica, porque habría que anular las defensas antiaéreas de Gadafi, lo cual sólo se podría llevar a cabo con acciones militares de cierta envergadura como la destrucción de algunos radares y de las baterías de misiles. Y la colaboración de España podría ser requerida.
El presidente del Gobierno insiste en que España no participará en una operación militar si no hay una resolución del Consejo de Seguridad que lo autorice. Quiere alejar el fantasma de las semejanzas con Irak, aunque en ese caso existía una resolución —la 1441— que los promotores de la intervención estimaron suficiente para lanzar un ataque, en el que, por cierto, no participó ni un sólo soldado español.
Pero Zapatero podría encontrarse con que la OTAN, una vez obtenido el respaldo de la Liga Árabe, decidiera actuar sin ese aval, alegando motivos humanitarios, tal y como sucedió con los ataques a suelo serbio en el conflicto de Kosovo, en 1999. En ese caso, a Zapatero le sería muy difícil eludir el envío de efectivos españoles, ya sean aviones, buques o fuerzas de tierra, a la guerra contra Libia.
Adriana Y. Araujo A.
CAF tercer parcial